11 marzo 1998

Una nueva épica

Obra de Federico Cantú

Habemos gentes que venimos asistiendo con estupor a la propagación de los fenómenos provenientes de lo que se ha dado en llamar pensamiento único, que quizá mejor habría que calificar como no-pensamiento y estupidez; según el cual, con el cual se nos dice que vivimos en el mejor de los mundos posibles; algunos, que esto -ello- es el reino de los cielos en la tierra. Valoración ésta que impregna o pretende los ámbitos materiales y sociales de la vida y nuestras conciencias. Se traduce este pensamiento en que si el “beneficio” empieza por uno mismo, la consigna social es “¡Salvase quien pueda!” Hermoso credo ... Claro, a esto se le puede aplicar lo del otro refrán: “Quien puede, levanta peso”. Quien puede...

Es preocupante que al calor de ello está en cuestión no sólo el papel social -básicamente se nos demanda la domesticación, la pasividad-, sino también y fundamentalmente se nos exige la aceptación de la aireación insidiosa de nuestra privacidad, pretendiendo en nombre de la libertad de empresa(...), de los poderes mediaticos, cual nuevos omnipotentes dioses y tributo a su supervivencia -beneficio económico y determinismo social (1)-, que ni ello es propio, que también ella, la privacidad, es motivo de juzganza, pues que allí, en ella, es posible “el pecado” y en tanto, en su consecuencia pública el “legítimo” ejercicio de escarnio: La venganza en nombre de una generalidad, la acricidad de una colectividad de la cual, ellos, esos poderes, a conveniencia se demandan portavocía e instrumento para el ejemplar escarnio.

Y en ello, asistimos a la demonización de las costumbres, de las libres opciones, de los pueblos, sus representantes políticos y legalidades y las libertades democráticas adquiridas. No. No se salva en ello ni Clinton, el muy descocado, menos Sadam, por moro y malo, o Fidel, por comunista y sudacano: La diferencia.

Así se condena el sexo entre pares y se enjuicia la eutanasia mientras en nombre del supremo orden se mata. Y se propicia la xenofobia, el trato humano desigual a necesidades y derechos igual y sobre todo se ventura la desmemoria. ¡Tantas otras injustas cosas!. Por cierto se alababa, hasta la arcada, la parcial “justicia”.

En el orden de las ideas, el arte, la cultura, se promocionan obras básicamente pura pacotilla: Puro mercado. Se deshumaniza la enseñanza y se propicia un arte mudo, muerto, inútil, cual si de vanguardia. Nada de ello, de, en, la verdad nos habla ni clama por el hombre como única, final, buena esperanza. Así se vanaglorian de la nada y claman -llámense como llámense-, por sentimentalidades hueras que no son ni nuevas ni arte ni literatura ni gozo o necesarias. O sí, expresión de la nada. Trágicas. Trágicos.

Me quedo yo con la duda fundamento en el hombre, en la libertad como andanza, en un sistema social para, con el hombre, donde las cosas, las cuentas ante él ardan. Me quedo con un arte que arranque, que vibre desde las entrañas, que denuncie, que cree, que rehaga, que verdad diga. Me quedo con las demandas de un Antonio Tonucchi, que dice que: “nos urge un Filósofo. O mejor, un Ideólogo. O mejor, un Teólogo. O mejor, un Milagro. Pero que sea un gran filósofo. O un gran ideólogo. O un gran teólogo. O un gran milagro. Para que todo vuelva a empezar. Todo, absolutamente todo. Algo que reverdezca, que dé nueva vida al Tiempo y a la Historia. Porque hay un gran cansancio de todo. Y no se puede comenzar el nuevo milenio con ese cansancio. Lo que hace falta es una idea, una gran idea”. O con un José Antonio Marina, que recuerda que: “lo importante no era el por qué, sino el para qué. Lo que interesaba hacer con la Declaración de los Derechos Humanos era decir lo que sería bueno que hubiera. Es un atisbo de la ética constituyente que necesitamos”; y dar respuesta a los retos y no confundir, no hipocresar, no, lo de los demás, robar. Mentir. Mentirnos.

Qué dolor del actual human occidental, confundiendo la miseria de todos con las riquezas y la ostentación de los pocos. La indigencia de la cultura y su vacuidad, con la cultura de contra la indigencia y por la posibilidad de su superación. La libertad esencial con nuestra occidental capacidad de rapacidad, representación y dominio. La verdad con la palabra del que más poder tiene y bastarda influencia.

¿Y el hombre, y la mayoritaria miseria, y sus vilezas propias o inducidas. Qué hacemos. Qué tiene que ver el mercado con el arte, con la verdad o las humanas verdades. Tan estúpidos somos que hasta cómplices?.

Soy de los que abogo por la permanente prestancia social del hombre -seres sociales somos para ser-, de los que consideran que el arte tiene un motivo fundamental, interpretar, dar argumentos, instrumentos para hacer mejor vida, más vida la vida. Más libertad desde la que se pueda cantar o contar el trino del ruiseñor, el grácil paso de la nube o la desnudez natural o genial, genital, de las cosas, pero que luche por hacer al human human. No recibo. No número. No carne de cañón o industrial excrecencia. Que haga al hombre humano. Ser roto de ser cosa o fiera.

Yo lucho, planteo, defiendo una única, vieja y nueva épica y ética: La del hombre en el hombre. ¿Parece poco?

1 Acabamos de conocer a través de las declaraciones de Luis M. Ansón a la revista Tiempo, la conspiración de unos periodistas y otros conspicuos adláteres para aplastar la voluntad política ciudadana y desalojar al PSOE del Gobierno a favor de la derecha. Por poner caso.