11 enero 2005

Algo sí que importa

Obra de Conxa Fort Navarro

Asistimos a un enrarecimiento de la vida política que se expresa en que pareciera que nada de lo que demandamos bueno sucede y que todo lo que denostamos acontecería. Que lo que vivimos es una especie de existencia al revés cual el actual mal tiempo en que vivimos según el cual, de acuerdo a la invernal estación en que estamos, debería de hacer frío, llover y tener al cielo encapotado y, por el contrario, arrambla un sol que quema y un tiempo que más pareciera de verano. Tiempo que recurrentemente incorpora a las sensaciones y a las conversaciones lo anómalo de la situación tal elemento puramente de casualidad o de cíclica naturaleza y no situación ayudada con la parte de los hechos humanos inducidos por la modificación de los ecosistemas, de la delirante polución industrial y sus efectos sobre un planeta que se defiende, y de qué manera, con terremotos y maremotos, con lluvias atípicas e inundaciones atroces, con la destrucción de lo humano y su hábitat, recordándonos que a pesar de nuestra acción y capacidad de destrucción, comparada con ella, somos nimias volutas de polvo en su corteza.

Y llama en ello la atención la moda de las campañas represivas como las contra del tabaco, dicho ello e impuesto por los mismos que actúan instalados en la permisividad más aguda ante la esquilmación de los recursos naturales y de las materias primas contra las diferentes posibilidades que dan las actuales capacidades técnicas y que de aplicarlas ello evitaría. Ante la agresión consumista y polutiva de la industria. Ante el despilfarro y peor utilización de los combustibles. Junto el aumento armamentístico y su incansable utilización y efectos, permitiendo las barbaridades de la multiplicación de la locomoción, actuando en la inhibición más ignominiosa ante epidemias como el SIDA, o el de la malaria, que mata a millones de seres en el mundo pobre y ello sólo por serlo, etc. Es decir, asistimos al progresivo intento de ahogo de la critica y a la idealización e institucionalización de la barbarie, al acoso y derribo de cualquier opción de gobierno salida de las urnas sólo por haberlo sido y sin olvidarse de su compromiso de ellas, y con ello haber restituido, al menos en el caso español y por ahora, la parte del derecho a opinar sobre este mundo y votar por compartir lo racional y progresista que en gran parte el anterior gobierno había pretendido sustraer de facto.

De tal manera que en lo nacional más pareciera este el momento de las crisis provocadas por el actual gobierno y no el momento del afloramiento de los problemas, de las incapacidades, del desgobierno del pasado gobierno, cuestiones todas que el actual debe de resolver o terminará engullido por algo que él no ha provocado pero que tampoco habrá zanjado con tino. Y pareciera que agraviados y provocantes actuaran al unísono, en una nueva santa alianza contra natura, para acabar con el nuevo rumbo y la posibilidad de cambio y solución a los problemas que de ello se debería alumbrar. Así pretenden hacer la vida y escribir la historia, y debemos de recordarlo. Recordar que existen poderosísimos medios que están más que interesados en que las políticas de izquierda y de progreso dejen de ser viables, dejen de tener aliento. De que no nos podamos defender. Son las fuerzas de lo retrógrado, las fuerzas de lo único, las que nos consideran particular patrimonio y pretenden que exista únicamente lo suyo. Son aquellos que sólo están en el “derrotado y cautivo el partido de lo nuevo y progresivo...”

Son aquellos que en el momento en el que hablamos de igualdad nos acusan de agresión y antinatural. Que cuando hablamos de solidaridad nos hablan de vaguería y de incompetencia. Que cuando hablamos de justicia nos interponen la casticidad y estatus de historia, su pretendida superioridad de cuna. Que cuando hablamos de compartir nos responden con derechos de conquista. Que cuando se pretende definir la diversidad nos llaman antipatriotas y quieren que aceptemos la supresión de las estructuras políticas diferentes y la aplicación insofacta a la excepcionalidad de sus reglas. Es decir, siempre están en lo mío es mío y lo ajeno también, sin mesura.

Bien, debemos de tenerlo claro, no se puede decir que nuestra Constitución es democrática y que ampara la diversidad y, a la vez, decir que debemos aplicarla para acabar con ella, bueno, no con ella, con ambas, con la democracia, con la diversidad. No podemos decir que podemos hablar de todo, incluso de cambiarla y de modificarla y que, cuando se plantea esa cuestión, armen la marimorena y más bien parezca, o se pretende que parezca, que si ello se hace se va nos a acabar la vida ¿No nos han dicho que la Constitución actual no era la mejor de las posibles; por qué extrañarnos de que se quiera cambiar? ¿No es raro que los que votaron contra la aprobación de la misma sean los pretendidos adalides de la dureza en su extrema defensa? ¿En qué estará equivocada la Constitución para que ello sea de esa manera?
Bueno, algo debe de tener bueno, aunque no fuera más que todas las autoridades y representaciones del estado nacen del mandato, de la aplicación, de la aceptación y ejercicio de ese acuerdo de reglas de juego que es la Constitución y que regla desde el papel y poder del rey hasta el derecho y su ejercicio del ciudadano más humilde de cualquier comunidad autónoma, de ahí que tan de aplicación lo es para el conjunto del estado como para cualquiera de sus ciudadanos: el rey, Zapatero, Rajoy, Chávez, Ibarretxe, Fraga, Maragall, Ibarra o el “pototo”. Que ir contra ella es responsabilidad de quien lo hiciera y que cosa distinta es su modificación, que también para ello se autorregula. No hay más que leerla y, en todo caso, lo que importa no es hablar de intentar cambiarla o mantenerla, sino que lo que dice y que de ella emana sea útil y beneficiosa, justa y expresiva a la cultura y a la convivencia diversa de la colectividad que la aprueba y de la que emana.

Y parte de lo que mediáticamente ocurre con estas cuestiones es el haber estado sin sentido y permanentemente idealizándola en una situación en la que, contra lo que algunos dicen, la hegemonía en el transcurso del periodo constitucionalista no ha dejado de estar en la derecha, a veces hasta en la más rancia; sólo hay que ver la bancada del PP y quienes son y lo que representan. Y es consecuencia de la visión falsaria de la historia que pretende que la ejemplaridad o eficacia, para un momento determinado o circunstancia, se puede elevar a categoría de norma o conducta para la globalidad o toda causa en que se intervenga.

Es consecuencia de la actualización a la vieja usanza de la negación del conocimiento racional y la dialéctica filosófica o histórica. Del viejo reino de la irracionalidad y el negar que la tierra es redonda, que gira alrededor del Sol y que no es el centro del universo sino sólo un minúsculo planeta dentro de la infinidad de las galaxias que nos alcanza a la vista y quizás hasta de las otras. Es la actualización de la vieja superchería que lleva a la irracionalidad del confesionario o a la sangría de la razón a manos de la Santa Inquisición, de la que tantos sus estragos sufrieran. Están en esas. No descansan.

Se necesita tranquilidad, y racionalidad, y mesura e inteligencia, y comprensión, y pensamiento, y menos fuerza gratuita. Y paz, nacional y mundial, y domeñar esto que vivimos a favor de la vida con fundamento en la solidaridad y la justicia justa. Y no sobramos nadie, en lo personal, lo que sí sobra es la injusticia y la mentira, la falaz apropiación de lo colectivo y la pretendida confusión de lo propio con lo que a todos afecta.