07 marzo 2005

Verdad y virtualidad

Obra de Dino Valls

No es que no quisiera someterse a la avidez del poder, no quiso someterse al sin sentido. Y eso significa que de alguna manera sabía que, por frágil que sea el ser, por infinita e inútil que sea nuestra interrogación del mundo, hay algo que tiene más sentido que el resto.

Leía yo, días atrás, estas palabras en nueva lectura del libro El péndulo de Foucault, de Umberto Eco, y se me aparecieron como una explicación cabal de por qué no da igual, no nos da igual una cosa que otra, menos, votar una ideología que otra, a un partido que otro, porque “hay algo que tiene más sentido que el resto”. Y en esas estoy en estos días que escribo, previos a las elecciones generales y autonómicas andaluzas y, a que puedan ser leídas, por tanto, esta, con ser una reflexión y escritura previa con relación a los otros y resultados, necesariamente será posterior en su interpretación y resultas.

Y una primera cuestión que me llama la atención de estos días es la presencia omnímoda de los medios de comunicación en la campaña electoral que sobrepasa con mucho lo conocido entre nosotros, hasta el punto, que pareciera que los partidos, candidatos y mensajes o programas electorales, el contrato con los ciudadanos les llaman algunos, no son el sujeto y sustatro de la política democrática y de ello, junto a los ciudadanos votantes, también de las elecciones, sino que esa soberanía de partidos y ciudadanos se ha transmutado a los medios de comunicación masivos: televisiones, radios y periódicos y de quienes los manejan, y que, estos medios, son los auténticos sujetos -propietarios- del movimiento de la política. Que partidos, candidatos y menajes o programas, son meros actores y subalternos de una comedia que les es presentada y adobada y que les traspasa, que casi les es ajena. Que el voto está previamente determinado y con él los resultados. Que la pelea no es de quien va a ser representante, sino del poder de quien realmente manda, lo muestra, lo ordena y moldea. ¿Qué somos nosotros, qué nuestras vidas, sólo se expresan en eso, en la participación en un programa basura, en que nos exciten a determinados consumos y que nos interpreten la vida propia?

Así, se nos induce a que sintonizamos canales o compramos periódicos específicos como sujetos exponenciales de facciones partidarias y que se nos hagan pasar por ser el verdadero poder y la sustancia de la historia. Ni la ciudadanía, ni el sistema político, ni las leyes de ellos emanados, en esta apreciación, son el valor y sí lo fueran esos medios con sus patrones e inversiones millonarias de capital, traspasados en los límites de su función cabal: información veraz, servicio público y de caracterización y dinamización cultural que, en cuanto instrumento, se les atribuye como instituciones sociales determinadas y que yo demando, respeto y aliento y, en ese juego, al menos en la apariencia, digo, se constituyen en paladines de voces únicas que interpretan a todos según qué interés y proyecto de futuro, lo que es la realidad veraz y voz plural de esta sociedad y el sujeto del todos, que es compuesto y multifactorial del nosotros. Aquello de que no eres nadie si no tienes tus quince minutos de gloria en televisión, radio o periódico, se convierte en el espejo y refrendo de esta anormalidad que percibo y que se extiende a todos los ámbitos y productos de máximo consumo que llamados basura, con la sublimación de lo escandaloso y primario y en el combate, cuando menos por ninguneo, de lo inteligente, creador y crítico. Por aquí criticamos el modelo italiano de ministro, empresario y dueño de los medios de configuración de la opinión y parecemos caer en el mismo juego, por demás peligroso política y socialmente, y de consecuencias funestas e imprevisibles para lo democrático.

Por ello, el modelo es que sólo vemos a los candidatos en los momentos del telediario y del corte particular hecho exprofeso. No hay debates o, cuando los hay, ni tienen interés o son meramente mecánicos, una repetición de mimetismos. O vemos la proliferación de encuestas con conclusiones tan dispares, que más parecen hechas para especies y planetas distintos al nuestro. Me asombra la facilidad del cambio que se enuncia de un día para otro de la opinión y voto, como si la vida política transcurrida, su conocimiento, postulantes y padecimiento no hubiesen sido provocados por los que nos repiten un nuevo paraíso a cada propuesta contraria del contrario. Pareciera que se cambia como si no costara nada dotarse de una decisión trascendente, de un pensamiento o proyecto de vida presente y de futuro, como si una decisión de modelo de vida la adoptásemos en un momento y no nos costara nada cambiarla de un día para otro. Yo esto no me lo creo.

De todo ello, asistimos a un simulacro de la pluralidad y a un vaciamiento concreto del concepto. Asistimos, si lo que expresan los medios es verdad, a una pantomima de democracia y a un debilitamiento del pensamiento y de lo cultural de los que hacen época, que demostraría que la memoria histórica nada nos ha enseñado y que realmente pensamos que en lo que vivimos, contra todo entendimiento, es eterno. Y puede que sea verdad, por peor y sin sentido, porque como dice el refrán, todo lo malo se pega y dura.

Sería estupendo que el resultado del voto depositado hubiera respondido a la real confrontación de programas y personas, a su contraste entre partidos, a la confrontación de su racionalidad con lo racional y a la libertad real de aspiraciones, de sentimientos y pensamiento. Que no se nos hubiera obligado a tener que optar por lo que nos dicen los demás de ser malo o bueno o lo su contrario. De haber votado con la conciencia, la libertad y el derecho en racionalidad de que nos somos, y de poder optar por y con nosotros, y por nosotros equivocarnos, evidentemente.

Saben ustedes, esta impresión de lo que acontece, que yo tengo, me ha hecho cuestionarme hasta dónde yo estoy dispuesto a renunciar de mí para seguir estando en este juego, por llamarle de algún modo. Y lo que de ello ha dado resultado es, que no estoy dispuesto a renunciar ni a la palabra razón ni a mi voto, por lo tanto que nos ha costado tenerla y ejercerlo y, por continuar creyendo, que soy un ser intelectualmente vivo. Y hoy, por renunciar, renuncio a relatarles los elementos de vida y gobierno negativos que animan mi contestación y, que cada uno de nosotros sabemos y hemos padecido. Pero sí quiero decirles, que nos es justo que siempre puedan ganar los mismos y que las palabras, y la razón, tengan tan poca relación con los hechos. Y quiero hacer mío el criterio, tantas veces declarado, de que quien no es justo consigo mismo, nunca podrá serlo con los demás, con los otros. Esto es lo que estoy reforzando en mi conocimiento y sufrimiento, de estos días.

05 marzo 2005

Sin artificios

Obra de Pablo Picasso


Que la palabra democracia se ha convertido en cierta manera en una palabra vacía, en un fetiche que más que nunca se está utilizado para definir hechos y situaciones que le desdicen; una marca con la que tratan de caracterizar a lo general que ocurre en el mundo, es claro. Y da la impresión de que a tal aspiración se la ha convertido en el espantajo de lo que históricamente significa. El concepto democracia que hoy conocemos y más allá de lo que tal principio fue en la Grecia de la antigüedad que le vio nacer, se ha construido tras infinidad de luchas por la liberación nacional, económica y colonial y por la igualdad ciudadana. Y el vaciamiento lo muestra infinidad de aspectos de la vida más ordinaria y con mayor brutalidad ese paradigma de la mentira y la rapiña en que han convertido a Irak, conflicto donde nada mejora de lo que decían los agresores iban a conseguir. Donde todo empeora y confirma las razones por las que nos oponemos a la guerra, a una odiosa guerra de la que se afirma se hace en nombre ¡cómo no! de la democracia, siendo la realidad lo contrario de lo que con ese sistema de gobierno y vida se aspira obtener: la paz, el progreso, la libertad, la seguridad, la igualdad, la justicia, el humanismo, la cultura, la verdad.

Y es la realidad antítesis de lo que se pretende vender como democracia, esa especie de loción facial y concesión graciable y paternalista con la que los poderosos se regodean y no para mostrar más belleza y hacer justicia sino para que les dé patente de corzo a sus maquinaciones y mentiras. Por ello es necesario recordar que la democracia se convierte en histórica demanda tras de titánicas luchas de la clase obrera que mueven a otros sectores sociales en su exigencia; clase obrera que al convertirse en sujeto histórico, en actor histórico de cambio, va imponiendo programas, demandas y conquistas que incorporan cambios en las estructuras de poder, en los medios y formas de producción y en las expresiones culturales que le representan desde lo que se va configurando y acentuando en el mundo la lucha por la conquista de la democracia. Contra esto, los poderosos pretenden que es suyo ese patrimonio y que es consecuencia de su existencia como clase y de su “necesario” estatus social y económica preeminencia. Y debemos recordar que a esa pretensión y ninguneo se le ha descrito como “el fin de la historia”.

Y hay que rememorar en el recorrido y esfuerzo por lo democrático a la Revolución Francesa, a la Ilustración como la manifestación cultural más expresiva de las luchas contra el régimen feudal y contra el papel institucional de la Iglesia, de lo que se desprende, valga esta acotación a nuestro debate político nacional actual, que en las constituciones de progreso hasta nuestros días aparezca la cláusula de separación de Iglesia y Estado, es decir, el mandato constitucional del laicismo y de la preeminencia de lo civil en el gobierno del estado. Y hay que recordar a la Comuna de París, experiencia desde la que la clase obrera se constituye como actor y motor histórico de progreso y cambio social; al Manifiesto Comunista que es el documento desde el que zarandea al mundo y que expresa su programa de aquel momento y transforma en fundacional para tanta historia posterior. Al establecimiento de la I Internacional, y su corolario en otras, con la creación y desarrollo de los partidos obreros y progresistas: socialistas, socialdemócratas, comunistas. Y hay que volver sobre la Revolución Rusa de 1917 y su decisiva influencia para el devenir de la historia política, cultural y humana del Siglo XX; revolución que con la francesa define modelos sociales e históricos alternativos a lo existente o existido. A la creación de las Naciones Unidas y el denominado derecho internacional tras de la II Guerra Mundial contra la capacidad de destrucción planetaria y forma de asumir ciertas pautas de conducta para todos y gravísimamente puestas hoy en cuestión o sencillamente obviadas.

Y es notorio que la lucha por la conquista de la democracia ha costado un inmenso patrimonio de sufrimiento y de vidas, y que lo ha sido por la resistencia a sangre y fuego de los poderosos a que se les recorte sus prebendas, siendo así para aquí como para la globalidad de los movimientos de liberación y civilidad en toda la tierra; lucha que no ha terminado y que lo será larga por más que nuestra exigencia y de la necesidad de que la democracia lo sea plena.

Por contra al proceso histórico, vienen y pretenden que nos regalan la democracia cual nuevo maná que se sacan de la manga y que, contrariamente al de la Biblia, que lo fue para salvar vidas, es deudo y se le anega en la muerte, en la sangre del pueblo sobre el que se ejercita. Cómo es posible ello. Cómo siguen diciendo que es justo eso y que hay que imponerlo con la guerra y la rapiña; cual en Irak que desde la agresión inicial no cesa y que han costado centenas de miles de vidas y sobre lo que se hacen todos los apaños de propaganda y de distorsión de la realidad para tratar de presentar digerible lo que de continuo atraganta; ese Irak que era un país cohesionado y laico, dentro de los parámetros de su contexto territorial y cultural, y que hoy es un país desagregado y en manos de la ocupación y la polarización de la lucha de clanes y de etnias: chiís, sunís, kurdos. Es decir, la ocupación, la “coalición” trabaja por la división territorial y por la potenciación de la ortodoxia y el dogmatismo religioso como forma de vencer a la globalidad y quedarse con sus riquezas. El petróleo, no lo olvidemos, un petróleo que, qué curioso, cuesta cada vez más caro. Y de ello uno se pregunta sobre el dónde está el libre mercado, la ley de la oferta y la demanda de la que alardean. Y están haciendo que la ortodoxia religiosa vuelva a ser la expresión política y el referente de pertenencia contra la ciudadanía que antaño les confería su país y estado, alentando una interrumpida guerra que se expresa en la ocupación imperial y la lucha contra ella de la insurgencia que se exterioriza como más guerra y con formas y resultados cada vez más terribles y despiadados. Y no podemos dejar de preguntarnos sobre qué democracia es esa que lo que ofrece a cambio de la simulación es la tragedia, es la sangría humana y la destrucción en la pretensión de imponerse y artificiarse en el tiempo. Es esto lo que define a la democracia.

Y hay que preguntarse por qué son hoy tan generosos los poderosos, por qué nos pretenden regalar aquí o allá la democracia si la combaten con tanta tenacidad desde los hechos más elementales a las situaciones más complejas. Cuando se oponen con el ahínco que sabemos a la más mínima reivindicación de mejora laboral o económica y, por el contrario, tienen tan pocos reparos en apropiarse de cantidades astronómicas en las empresas que regentan. Sabemos que hay capitostes en el banquillo por haberse quedado privativamente con muchísimo más de lo que costaría mejorar la situación de la generalidad de las prestaciones y las ayudas a sectores sociales en penuria, contra lo que tan denodadamente se oponen con el recurrente artificio de la racionalidad económica. Ocurre así también, y por ejemplo, sobre lo de tener o poseer armas cuando unos si las tienen sin límites y otros no y se les amenaza o castiga por desearlas; por qué es así, por qué no destruirlas todas. No en verdad será esa la verdadera democracia, cuando se termine con el chantaje de la muerte que mantienen unos contra todos. Pero está ocurriendo todos los días esta hipocresía y barbarie desde países que se llaman a sí mismos demócratas. Es verdad la democracia que pregonan.

Ante todo esto la pregunta de qué democracia, para qué la democracia, no es vana y sigue requiriendo plena respuesta, de lo que entiendo que lo artificioso no debe impedir ver la realidad de que sigue siendo una imperiosa necesidad y que su demanda sigue siendo revolucionaria. Que el ¡no! a la guerra es una de las palancas para conseguirla y no sólo por la compasión a la vida que se asesina, sino para que no sea posible que ello ocurra.