11 junio 2005

Axiomas ante lo mito

Obra de Quintana Martelo

Desde luego no es esto por lo que algunos hemos trabajado por conseguir y en qué concretar la acción de gobierno y de vida democrática, visto ello, ella, desde los conceptos y la praxis que se han consensuado históricamente para su escenificación, es decir, aquello de la igualdad, de la fraternidad, de la solidaridad, lo de la razón y lo justo. Y es claro que el concepto democracia es una marca contenedora de hechos que cada día se llena de buena vida y razón o, por el contrario, de lo ello se la prostituye y vacía. También, que nada en estas entidades de las ideas y las formas de relacionarnos es perdurable si se les empecinan en dogma, pero que, a la vez, adquieren aceptación y valía, más allá de su momento genesial si en el proceso y contraste con la realidad de vida y las razones que a ella se han de dar, responden a la justicia y satisfacción compartida de la inmensa mayoría y construyen gobierno que gobierna y va más allá de las presiones, de los espejismos, modismos y derrotas que se le infrinjan. Nada es exactamente más verdad, sólo lo es si responde sin injusticia a las diversas verdades en que se escenifica lo colectivo. En esto, también somos nos y nuestras circunstancias, que ya se dijo.

Y no es bueno lo que vemos sucede si lo confrontamos con lo hasta aquí dicho. Así, ello se expresa en la manifiesta y cada vez más extensa falta de respeto hacia lo demás, con la indiferencia que se muestra acerca del valor de las cosas, como si fuese eterno poder disponer tener estas u otras. Con la desnaturaliza violenta de la convivencia que se muestra en mil maneras: provocación de agresiones por nada. Xenofobia y el racismo campante en tantos ámbitos. Falta de respeto a las más elementales normas de convivencia. Destrozo permanente de los hábitat tanto medio ambientales como urbanos. Percepción de la particular unilateriedad que se ve en muchas decisiones y acciones desde lo gobierno producidas desde una especie de patente de corzo pretendiendo que ello lo es así porque se nos “representa”.

Es decir, según esta versión, estamos desembocando a una sociedad donde la negación de la razón social y las normas de respeto y de convivencia inunda hasta la última de sus partículas, de ello es ejemplo la hemorragia y lo demencial de la violencia de género. La violencia juvenil cada vez más extensa, gratuita y agresiva. La guerra automovilística con sus miles de víctimas anuales que se suceden diariamente como si nada. La violencia laboral que siniestraliza, precariza, desvalorariza, desarticula y desclasa a los trabajadores. La crisis escolar con sus pobres niveles de rentabilidad y la violencia contra los maestros y escolares por escolares. Con la dejación de las funciones y responsabilidades familiares que en vez de ser instituciones de formación y socialización promueven por omisión o acción al individualismo antisocial y a la violencia bárbara como si fuere un hecho de respeto y alto estatus. Desde la esclavitud financiera por compra de vivienda, u otras cosas necesarias, que embarga a las familias y a los individuos durante décadas precarizando los mínimos niveles y calidad de vida en el débito de todo a los bancos y el vencimiento inmisericorde del fin de mes con lo todo de la vida subordinado a la relación a esa relación sin posibilidad real de escapar a ellos mientras las cuentas de resultados bancarias cada poco más engordan dejando a los “clientes” más y más escuálidos en recursos y sin remisión sometidos.

Todo ello, desde la consideración cada vez más general de que lo que se haga es igual. Desde la percepción de que el sistema en que vivimos, más allá de las grandilocuencias con que se le adorna, es un estado de situaciones y normas que en verdad sólo sirven a los de siempre y que la represión y la intimidación ante la menor disidencia es el pegamento que permite seguir llamándole a esto “estado”.

De ello el descreimiento ante la no-correspondencia y la banalización de los hechos de gobierno con relación a las mejoras de vida real que se nos prometen y que se perciben como rasgos definentes de una realidad en la que se niega de verdad la consideración de verdad y justicia social. Y ello no, no es nada bueno.