07 marzo 2006

Qué tenemos que ganar

Obra de Alfredo Testoni

No tenemos que perder más que las cadenas, fue la consigna de las organizaciones obreras para hacer comprender la situación y movilizarse cuando la bestialidad del capitalismo que hoy al igual que ayer vemos en tantos lugares del mundo y aún aquí, mantenía a la inmensa mayoría en la más absoluta indigencia y extrema explotación. Fue el periodo al que llamaron eufemísticamente de acumulación originaria de capital y que es, y fue, la extrema explotación del trabajo humano que se expresa en horarios y modos de trabajo terribles y en la absoluta falta de derechos y protección. En el trabajo excedente no pagado y en la depauperación económica y cultural de la mayoría. En la miseria y situación con rasgos muy acusados de esclavitud que ello conlleva. Consigna obrera que fue tan combatida como efectiva. De ella, las luchas obreras y populares y los sufrimientos y muertes que conllevaron. Pero la formación y potenciación de sus organizaciones representativas, llevaron a conquistas con relación a la consideración y valor social de los trabajadores. A conseguir un cierto reparto de las plusvalías y a obtener formulas de gobierno como las del llamado estado del bienestar, lo que supuso una parcial mejora de las condiciones vida en algunos lugares del mundo.

El capitalismo se adaptó a esa otra realidad y a partir ella readaptó su formulación ideológica y se nos ata y domestica con el argumento de ¿si hemos mejorado, para qué cambiar? Pero si miramos más profundamente vemos que lo que ha cambiado no es que el sistema sea más justo, menos depredador, hasta eso no llegan sus voceros pues ahí está para desmentirles la precarización laboral y salarial El pluriempleo masivo y los trabajos basura con los que tantísimos sobreviven. Ahí está la cifra de más del 20% de los españoles por debajo del umbral de la pobreza. Las cifras record de endeudamiento de la generalidad de los españoles con los bancos. La inestabilidad de los intereses y la enormidad de los plazos para pagar prestamos o hipotecas; sino que este ha sido capaz de crear un colchón de beneficiarios, capitalismo popular le llaman, un grupo de clase media que, dicen, si cambia el sistema sí tendría que perder.

Y está claro que estamos hoy en un nivel formal distinto del capitalismo según el cual se nos ata mediante los machacones mensajes del desarrollismo como virtud social y el continuo alentar en su consecuencia inmediata: la sublimación patológica del consumo con el subsiguiente atamiento mediante el crédito y la obligación de pago bajo una disyuntiva personal y familiar nada fácil: la de estoicamente no disfrutar de lo que se ofrece o la de pagar esclavamente durante toda una vida, y aún la de los hijos, caso de la vivienda, y mantener la ficción del bienestar, o caer en el estigma social. Es decir, ir a la cárcel o/y engrosar la indigencia. Ejemplificando esto, vemos sentencias absolutamente kafkianas como la de los Condes y cía, con robos y malversaciones de cientos y miles de millones y a los que si se les juzga al poco están en la calle, junto a otros a los que se les reclama e ingresa en la cárcel a cumplir condenas desproporcionadas, algunos muchos años después de haber delinquido a un nivel sin comparación posible con el de esos otros. Es claro el por qué, es la pedagogía brutal del sistema que escenifica en ello su realidad más intrínseca e injusta.

Así que no han cambiado mucho las cosas. Estamos como siempre, en las manos de los bancos, de las empresas con sus desmanes e intereses. Y el derecho y los gobiernos, básicamente, se suceden no para transformar el sistema y beneficiar de verdad a los ciudadanos, sino para seguir garantizando el nivel de dependencia general y la rapiña de plusvalías de un capitalismo cada vez más bárbaro y brutal en su esquilmación. Si no, cómo explicar los beneficios exorbitantes que pregonan las empresas. Cómo, la cantidad de agresiones que cometen contra el empleo, los salarios y los derechos. En la manipulación de los precios de los productos. En las facturaciones indebidas y otras lindezas que hacen y que suponen miles y miles de millones sin que se les intervenga y penalice en correspondencia. Por ello, la pregunta que tenemos que formular no es la de ¿qué tenemos que ganar con el sistema?, sino recuperar la de ¿qué tenemos que perder con cambiar su estado de las cosas?