09 abril 2005

Desde las otras miradas

Obra de Paco Chika

Es difícil sustraerse a los acontecimientos que se producen en esta época de lo global y virtual y que se nos inundan en los ojos y mientes. Los ojos, porque muestran inéditas escenas fuera de lo ordinario o sublimándole. Las mientes, porque acumulan nuevas experiencias de contraste con otros hechos ocurridos y quizás desmedidos. Así, explosiones de masas como las que hemos visto en Roma con motivo del fallecimiento de Juan Pablo II, es posible que no tengan en magnitud parangón en nuestra cultura. O sí, si entendemos que la cultura humana es global; es decir, que todos tenemos cultura y ella se articula con particularidades específicas de grupos humanos, espacios territoriales y tradiciones históricas determinadas. De ahí que digamos cultura china, latina, árabe, etc.

Y lo acontecido nos sirve para contrastar con otras situaciones que llamaron la atención; casos de los obitorios de José Stálin, Mao Tse Tung, del ayatolá Jomeini, etc., de tan gran dimensión y tan denostados en su tiempo como expresión del borregismo de masas, del culto a la personalidad o producto de la coacción de lo político; tan poco valorados como expresión de los sentimientos y la necesidad de muchos de socializarse, de compartirse y escenificarse. O sucesos como las peregrinaciones anuales a La Meca y, bueno, caso más cercano, parecido a lo visto cuando lo de Franco, de lo que las imágenes muestran gentíos y rostros compungidos y reverenciales al paso del féretro del ido.

Y sirven los ejemplos antepuestos como situaciones que por su entidad adquieren categoría de acontecimiento de sí y porque en el momento del suceso, interesada o de propio, se hizo difícil de discernir su oportunidad, su necesidad, su razón de ser, su virtual canalización y para qué objetivos. De si lo eran para el mejoramiento de los comportamientos y el raciocinio de los códigos de convivencia y respeto a la diversidad en la que los humanos nos componemos y expresamos. Como expresión de ver la diversidad y lo distinto no como un factor de peligro y agresión sino como realidad y positivo tesoro. Como suceso de enriquecimiento y construcción social.

Y llama la atención porque de las grandes concentraciones a las que se he asistido y, en perspectiva a lo último acontecido en Roma, participé desde la racionalidad y el compromiso, desde la conciencia de acabar con injusticias en las que se había incurrido. Aún está viva la manifestación contra los atentados terroristas de Atocha, sus consecuencias y errores; por poner ejemplo. Y había objetivos. Había raciocinio. No fue producto del “haber estado” en un lugar o acontecimiento cual souvenir turístico al que se está como suceso sin identidad, sin objetivo consciente y perseguido.

Y extraña el alcance mediático y la repetición machacona de los plomizos comentarios y referencias del acontecimiento. Llama la atención la mostración efectuada, estilo “gran hermano”, del anciano Papa boqueando las agonías de la muerte y el cuidado de evitar el recogimiento y la privacidad de tal momento: el pedir la pronta entrada en el reino de Dios como lo dulce y mayor beneficio que se da después de la vida, y que hubiera sido lógico recorrer en el menor tiempo posible de acuerdo al precepto católico. Y se me contrasta esto, quizás más, porque para mí el dolor es innecesario y la muerte incomprensible e injustificable, también definitiva, absoluta.

Qué contradicción ¿no? todo esto que ha sucedido y su antagonismo a las prédicas que sustentan de la persistencia, en cualquier caso, de la vida sobre la eutanasia y la negación del derecho a decidir más allá de la naturaleza y sus servidumbres sobre el cómo, cuándo y por qué debe ser el propio obitorio. Al permanente demandar, caso de la religión en la educación u otros escarceos y situaciones en la esfera de lo ciudadano, de que el derecho de unos se convierta en obligación para el resto, pretensión que ha rechazado la ministra de educación con acierto y feliz palabra y que plenamente comparto.