07 diciembre 2000

Titulitis...

Obra de Olga Sinclair

Desde hace días hay alguna gente que me está diciendo de todo, y aunque algunos piensen lo contrario, no todo malo. Bueno, ya habrá tiempo de ir contestando en las formas que corresponda a todo ello. No obstante hay algo que se me ha echado a la cara; aquello de: “tú quien eres para tener opinión si no tienes ningún “título”, algo que hacía mucho tiempo, y de gentes parecidas, que no escuchaba y que me ha llamado poderosamente la atención por lo que tiene de tacha, de expresión de épocas pasadas, de actitudes y conjeturas que la evolución histórica, se suponía, había dado por finiquitadas. Y lo que me ha llamado la atención es que a alguna gente se nos pretenda negar la capacidad de pensar y hablar, tener ideas –aunque sean malas, que dijo alguien- y expresarlas. Hay quien se da por infalible y único y cualquier contestación les supone sarpullido y soponcios.

Algunas cuestiones con relación a los títulos. Si nos atenemos a las múltiples declaraciones en la prensa nacional y la propia actitud de muchísimos estudiantes ante los títulos, ante la institución del titulismo social, muchos de los que tan pomposa, tan alegremente títulos tremolan, han obtenido los mismos tras larguísimas estancias en las aulas –a algunos pareciera se lo han dado por cansancio, para no verles más- y no pocos favores de quienes lo expenden. Si nos atenemos a la práctica de vida, sabemos que ningún título hace tener más inteligencia y ser mejores personas. Un título a lo más que generalmente habilita es a no quedar fuera de la posibilidad de una oposición o a un trabajo de especialización, luego en la oposición misma hay que demostrar la especialización, la capacidad intelectual y la suficiencia técnica si se es consecuente y serio, y muchísimas personas lo son. Por mi parte, jamás he estado contra los títulos, es más, creo que son necesarios si con ello se expresa más capacidad técnica y más cultura, o para cuantificar la labor que se realiza en los centros de formación.

Por otro lado, si nos atenemos a las necesidades y capacidades productivas, contrariamente a la creencia general, y curiosamente en una sociedad y sistema productivo como el que vivimos, son cada vez más escasos los empleos que se demandan para titulados universitarios y más para los profesionales técnicos cualificados. Dicho de otra manera, cada vez se presentan más titulados a un empleo cualquiera, por mínima cualificación que tenga y cada vez es más la demanda de obreros mecánicos, matriceros, de los distintos oficios de la construcción, artesanos, etc., profesiones en un grado grande adquiridas desde el taller o el tajo laboral. Esto no hace olvidar la necesidad de vivir y estar presentes en el mundo técnico y de los conocimientos que nos acompañan y dominar las capacidades que de ellos se desprenden.

Pero la sabiduría la podemos adquirir sin necesidad de las aulas formales y sus títulos. La iniciativa, la demanda, el asombro por y la acumulación del conocimiento es otra cosa; adquirir todo ese patrimonio parte de nosotros mismos y lo hacemos de múltiples formas. No hay cosa más pedante y más iluminadora, socialmente, que ir por la vida, en primera persona, con los títulos en la mano. Yo he tenido la enorme fortuna de conocer a cientos de personas de una cualificación y erudición extraordinaria, que jamás me han extendido con su mano amiga la tarjeta de los títulos; personas de las que he aprendido en lo humano y en la inteligencia y a los que –sin pedantería- he hecho también aprender. Pero, finalmente, no creo que sea producto de estas cuestiones que reflexionamos por lo que se me ha recordado, como si fuere un insulto, que no tengo “títulos”. “Que no soy nadie para tener opinión”. Creo más bien que ello ha sido por otras cuestiones y ante ello debo confesar que soy una persona a la que importa lo que hago, incluso que puedo llegar a ser “altivo”. Pero afirmo: mi único orgullo, mi único patrimonio, mi más fuerte pasión es el saber, es el comprender, el tratar de hacer avanzar la vida.

Y jamás he acumulado riquezas en el sentido que mucha gente da a esta cuestión de la riqueza. Mi concepto de vida es vivirla día a día; de ello pueden dar fe pública las distintas personas que vivencialmente me rodean y las instituciones que nos controlan: entidades bancarias, registros de la propiedad, hacienda, ayuntamiento, etc. Pueden hurgar si quieren en ello. De ello, mis hipotecas están al día, mi salario e impuestos controlado y pagados, mis propiedades inscritas. Jamás he hecho jactancia de la riqueza. Aquí tampoco.

Así, tengo una anécdota con relación a esto. Como simpatizante del Partido al que apoyo, y para ocupar funciones de dirección partidaria o representación pública, se nos pide una declaración jurada de propiedades y no estar incursos en incompatibilidades legales. Cuando mandé la documentación, ella me fue devuelta dos veces por el funcionario de turno que no quería entender que fuera tan escaso mi interés por acumular patrimonio. Se lo aclaré gustosamente con argumentos complementarios y documentos mayores que los que se me habían pedido. Aún así, le extrañaba que yo declarara en lugar preeminente y orgulloso, que mi bien más preciado, quizá hasta más valioso, sea mi biblioteca particular –nada extraordinario, por otra parte-; biblioteca que he ido componiendo a lo largo de los años. Le extrañaba que me importe más el conocimiento, las opiniones, vivencias y sentimientos de los demás, lo que los libros me pueden aportar y humanamente inspirar que las joyas, que las propiedades inmobiliarias, que los títulos de valor o la ostentación económica.

No. Lo del no-título se me ha dicho porque para algunos es insoportable que alguien hecho a sí no-titulado, pueda rebatir, pueda opinar, incluso pueda compartir con otros y poner ese conocimiento en valor de acción política y para el avance social. Sí, esto, no me excusa de mis errores, no me excusa o excuso de errar, pero lo que no voy impasiblemente a permitir es que eso sirva para negarme ni negar a otros que opinan y actúan como yo.