06 junio 2006

El fondo de la cuestión

Obra de Salvador Dalí

Fui de los pocos electos públicos que entonces se opuso frontalmente a la aprobación de la mal llamada ley de partidos, más conocida como ley antiterrorista, y no sólo no la voté sino que fue uno de los argumentos esenciales para adoptar la decisión de dejar la política institucional. Prácticamente nadie se opuso a la arbitrariedad e inconstitucionalidad de un texto con el que se vaciaba lo sustancial de la Constitución, aquello del artículo 14, primero del Capítulo Segundo, donde se define el por qué y para qué de la Constitución y sus garantías: Los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social. Y mi conclusión ante ello fue que si se aceptaba este bodrio sin oposición, qué más había de haber para seguir postulando una apuesta por el trabajo para lo cívico, para lo justo, para lo honrado.
Mi decisión estaba tomada porque pensé, pienso, que tenemos lo que nos merecemos por despreciar la política, por aceptar las imposiciones antidemocráticas, por decidir en la práctica que todo es lo mismo, que todo es igual.
Y de aquellos lodos estos fangos. A la vuelta de los meses nos encontramos con que la misma legislación paraconstitucional se convierte no sólo en el corsé para solucionar el problema del terrorismo, sino que además en arma arrojadiza entre los partidos del sistema pues, cuando los ínclitos Rajoy, Acebes y sus otros dicen que la política del gobierno es la de ETA, en el fondo y en su lógica lo que están diciendo es que aplicando la ley antiterrorista quien es no sólo ilegal, sino además perseguible es el gobierno, es el Partido Socialista. A alguno de estos alguien en esa misma lógica se le podría ocurrir que yo mismo habría de ser encausado, una vez más, por razonar esto.

Pero a pesar de esa legislación, quiero dejar claro que apoyo al gobierno en acabar con el terrorismo. Considero que ya está bien de ataúdes y dolor sufridos por la existencia del terrorismo; otra cosa es creer que sin negociación, con estados de sitio y militarización, es posible acabar con los sectores sociales y la extensión interclases que han sustentado la existencia de una organización como ETA. Sólo la normalización y la constante implicación, por qué no decir negociación, en el devenir de todos puede dar posibilidad a la paz y a la superación del actual estado del caso y en ello es en lo que estamos embarcados la mayoría. El PP hoy por hoy veo que no. Este partido más parece que esté calculando los réditos políticos, los porcentajes de votos que a los demás la paz puede rendir, de ahí su visceralidad, de ahí su extremismo derechoso, de ahí que el tratamiento superativo de cualquier debate sea para ellos una agonía.

Sigue el PP ensimismado en la creencia de que tiene patente de corso, es decir, que tiene patente de veto, de que sigue gobernando, de que no perdió las elecciones, de que aunque gobierne otro partido éste es un advenedizo, de que el gobierno es de derecho divino suyo. Cerca, qué cerca está de lo más derechoso de lo que ha representado en lo histórico.