06 julio 2006

Contra el urbanihilismo

Obra de Anzo

Es difícil hacer abstracción de la situación que se vive entorno al urbanismo. Es arduo no entrar en el debate hoy dado lo que nos jugamos personal y colectivamente en los ámbitos que en él se ejemplifican. Menos, para alguien que ha vivido directamente la definición de políticas y la articulación de instrumentos jurídicos para el ejercicio de esa actividad. Para alguien que ha sido “tentado” con los cantos de sirena y la “mieles” del urbanihilismo. Que ha sido pretendido pringado de sus heces.
Y es difícil porque cual hidra nueva el urbanihilismo exige la ganancia más. Nunca tiene bastante con los inmensos beneficios que le aporta la legalidad sino que pretende el plus. El costo mínimo. La ganancia absoluta. El pillaje supremo. El desprecio por las reglas y normas que le afectaren. La torsión y mediatización de las instituciones llamadas a supervisar y garantizar la legalidad. La subordinación de funcionarios y políticos; los son muchos de los detenidos en el caso de Marbella, u otros, a los que pretenden sobornar, o sobornan, con distintos medios y modos. El lucro. El incivil dividendo. Ese es su único fin: la depredación.
Y ello es así porque se le ha perdido el respeto a la sociedad y con ella al urbanismo, a ese instrumento que debiera servir para ordenar el territorio y las acciones devenientes para integrar las necesidades de los núcleos de población. Y en esa pérdida de respeto se expresa como en pocas actividades la decadencia, el aborregamiento de la sociedad. Su indiferencia ante los valores vivenciales a preservar y ganar. Es el servilismo a lo que llaman mercado, que no más es que los modos y medios para la depredación de los recursos naturales y de las personas obligadas por necesidades en gran medida inducidas.
Y se expresa en ello porque no hay mayor contradicción que la de que se construyan cientos de miles de viviendas que no se ocupan y que además sirven para justificar precios abusivos y fortunas injustificables y que, a la vez, exista un enorme déficit para atender las necesidades de importantes grupos de ciudadanos. Que exista manga ancha para inmobiliarias y constructoras junto a la también incesante demanda de suelos a valor distinto de mercado, o/y usos condicionados, con el argumento de la realización de viviendas públicas a precio menos agresivo para esa infinidad de ciudadanos excluidos de los precios del urbanihilismo. Como se ve, algo no funciona. Gravísimo es lo que está ocurriendo.
Por todo ello, y más, siempre he defendido un urbanismo para los ciudadanos, no para el urbanihilismo, no para el construccionismo. Un urbanismo y una acción de garantías legales máximas y de gestión exquisita. No es de recibo obviar las dotaciones de servicios y espacios de usos y aprovechamientos establecidos. No son justificables las recalificaciones de las que se derivan precarizaciones de servicios y aviesos aumentos de edificabilidades. No es de recibo la provocada imprecisión normativa y el maleamiento de los volúmenes construidos con los correspondientes hacinamientos urbanos y falta de las necesarias y legales dotaciones de espacios y servicios colectivos. Absurda la falta de controles y medidas contra la especulación. De ello mi compromiso es la defensa de los ciudadanos en lo colectivo aunque no más fuera, ni menos, que porque la mayoría se queda a vivir donde ha comprado, nacido o vivido. Porque los urbanihilistas desaparecen, eso sí, si no se les contiene y combate en sus pretensiones de abuso, después de depredar, después de hipotecar a instituciones y políticas, a partidos y a personas. Después de dejar decenios de años adeudados a los que compran y responsabilizados de lo que de ellos se apropian. Flaco servicio hacen los que aceptan, cuando no alentan, esta situación de agresión a los ciudadanos. Más, cuando por su encargo institucional están obligados a defenderles y respetar.
Por ello, lo que necesitamos es más racionalidad. Menos cantos de sirena. Más socialización y comunidad.