07 febrero 2005

Lo instructivo del conocimiento

Obra de Javier Martínez

Somos muchos los que sin ser practicantes nos preocupamos de lo religioso, mejor dicho, de la influencia que ejerce la religión más allá de quienes la practican y su permanente pretensión globalista con la que trata de determinar no sólo las conciencias sino las costumbres, las formas jurídicas y expresiones representativas del estado, la educación, etc., es decir, de la preocupación sobre la pretensión de que la sociedad siga bailando al son que le quiera marcar esa forma de ver las cosas de la vida más allá del derecho de la individualidad en la sociedad y la razón y evolución histórica real.
Y el tema no es nuevo, menos en España donde la confusión entre el gobierno y la representación de los derechos y deberes de convivencia, hasta épocas históricas muy recientes, ha sido la vocación última para con la representación de los poderes y aún del poder del estado, hasta el punto de que infinidad de los episodios de lo que llamamos historia han estado provocados y, aún más, determinados por los presupuestos pretendidamente sólo religiosos: la reconquista y su justificación como guerra religiosa, los reyes y el catolicismo, es decir, el estado avalado y legitimado desde lo religioso, el fascismo y nacional catolicismo, con su corolario de negación del derecho y la razón en pro de las castas y los intereses económicos, etc.
Y no es cuestión de justificar nada injustificable, menos la violencia en cualquiera de sus formas y de la que tanto se acusa a unos a favor de otros cuando sabemos que nada se produce porque sí sino que a cada acción de provocación hay una reacción, también se puede decir que es razonable la réplica a la obcecación dogmática, a la pretensión de que su verdad particular es única, absoluta e incontestable. Y hoy, salvando las diferencias con otras épocas históricas, se podría decir que de alguna manera estamos en una situación de respuesta, y lo estamos porque siguen pretendiendo ejercer el monopolio del pensamiento y el control de los sentimientos como si fueran un monopolio de derecho natural suyo; no por menos están en la batalla por la religión obligatoria en la escuela, no por menos están contra todas las leyes de derechos civiles que otorgan margen de discreción para decidir particularmente sobre aspectos sustanciales de la propia vida: eutanasia, aborto, libertad sexual, anticonceptivos, costumbres, etc.
Y uno se asombra, cuando se acerca a estas cuestiones, de la coincidencia de los argumentos que se dieron en el pasado con los que se vierten en nuestros días y, aún se asombra uno más porque no sólo se dan esos argumentos en la confrontación con los gobiernos más o menos de izquierdas, sino que se dan con cualquier gobierno que racional y jurídicamente pretenda afirmar su papel de representante del conjunto del país y del estado y pretenda legislar en función de ello y el estadío social en que se han desenvuelto.
“Ya en el siglo XIX el Estado se había sentido coartado por la rigidez del Concordato. En las grandes ciudades aparecieron algunas escuelas privadas no religiosas y el matrimonio y entierro civiles eran posibles para aquellos que los requirieran específicamente. En 1913 el Gobierno decretó que la instrucción religiosa en las escuelas públicas no sería obligatoria para los niños cuyos padres profesaran otra religión. La dictadura de Primo de Rivera, por su parte, restableció la enseñanza religiosa obligatoria y un real decreto de 1924 amenazó con suspender a los maestros que expresaran ideas ofensivas para la religión católica.
En cuanto los gobiernos de la Monarquía constitucional trataban de reducir el monopolio de la Iglesia, la jerarquía ponía el grito en el cielo alegando persecución. La secularización de cualquiera de las funciones bajo discusión constituía a la vez una violación del Concordato y un ataque contra la libertad religiosa, entiéndase por ello la libertad de la Iglesia para monopolizar esas funciones con la ayuda del Estado. Cuando la República acabó con la instrucción religiosa obligatoria y anunció su intención de introducir la legislación laica, la Iglesia respondió como en el pasado: el Gobierno estaba violando el Concordato y atacando la libertad religiosa” Nos dice Gabriel Jackson.
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Bueno, no sé si a ustedes les suena algo estas cuestiones: enseñanza obligatoria, persecución, ataque al Concordato, maestros coaccionados y sin derechos, libertad religiosa, etc., que no hace tantos días hemos escuchado en boca nada menos que del portavoz de la Conferencia Episcopal española. Y no es bastante, no ha demasiados días que Acebes, ese ínclito adlátere de los Guerrilleros de Cristo Rey, según se dice en los medios de comunicación, volvía a recordar, yo diría que amenazar, con no votar la Constitución Europea, a lo que como representante del PP está comprometido, porque este señor pretende que la opinión de los demás acerca de su actitud como representante público y las críticas a la jerarquía católica por sus posicionamientos, cual el que en un hecho sin precedentes acaba de demandar el voto confesional en contra de la misma, no merece contestación ni réplica pública. Bueno, no es normal que la jerarquía se posicione orgánicamente ante tales cuestiones, aunque no sea más que por aplicar aunque parcialmente aquello de “dar a Dios lo que es de Dios y al César lo que del César”; pero claro está que si rompen esa regla, es tan legítimo como ello que se les responda y reprenda por quienes entienden lo distinto de su posicionamiento. Ese es el fundamento de la democracia, no que nos comportemos como borregos, que Acebes y otros como él permanentemente nos demandan. Sí, ya lo sabemos, esta gente no entiende los conceptos de la libertad, de la racionalidad, de la independencia de criterio, de la igualdad, de la solidaridad, de la justicia, o el de la ciudadanía, y en ello, desde su venenosa conciencia pretenden intoxicar, agriar cualquier aspecto de la vida a los que se acercan. Y nunca piden disculpas; se ufanan hasta lo de su responsabilidad, o por su contra les produce una profunda amnesia. Hasta se le ha olvidado su responsabilidad y mentiras en lo de Atocha. Mala gente, todo lo manipulan. No hay ninguna buena conciencia ni respeto de las víctimas en la derecha esa extrema.
Y no quiero que nadie se equivoque, yo siento un profundo respeto y admiración por todos esos cristianos humanistas que se involucran, heroicamente a veces, en la vida y circunstancias de los pobres del mundo. Que comparten con ellos vidas y miserias y les ayudan a tratar de salir de ello aún a costa de sus propias vidas. Infinidad de ejemplos hay, por ejemplo, los integrantes de la teología de la liberación, tan perseguidos dentro como fuera de la Iglesia por su trabajo y lo que a favor de los que nada tienen representan. Pero ellos son una cosa y de lo que hablamos es otra; de lo que habamos es de la ostentación y la soberbia sin límite que enarbolan, quizás de la pelea por el poder poder, la de las prebendas sociales que se pretenden o tal vez de la “legitimidad” del poderío económico, ¿siempre confesable?, de la Iglesia: No estamos hablando aquí de los creyentes ni de su credo que merecen el mismo respeto y legitimidad que el de los demás, aunque no se compartan.
1 La República Española y la Guerra Civil. 1965, Princeton University Press, Princeton, New Jersey